"Actuar es fácil, pensar es difícil; actuar según se piensa es aún más difícil"

EL ADOCTRINAMIENTO DE SU SANTIDAD

La visita de su Santidad el Papa, hace unos días a nuestro país, ha dado mucho de que hablar, tanto por lo que la visita en sí a representado, como por las declaraciones de éste, para adoctrinar a los fieles y seguir manteniendo un país sometido a sus ideales y principios a toda costa.
España es constitucionalmente aconfesional, es decir, laica, pero, en ningún caso es anticlerical, si entendemos como esto último al movimiento contra la influencia de la Iglesia en asuntos políticos, para evitar lo que la jerarquía eclesiástica, viene haciendo durante siglos en nuestro país, y en definitiva poder decidir políticamente y que ellos se encuentren al margen de esas decisiones políticas. La Iglesia está realizando una labor indiscutiblemente perfecta en lugares donde las ONGs no acceden, en parroquias donde se atienden a personas marginales, y así un largo etcétera. Sin embargo, la Iglesia tiene importantes dificultades de penetración evangelizadora en países donde exista una religión como confesión estatal distinta de la católica, que es en la inmensa mayoría de los casos, por tanto, los países laicos o aconfesionales son espacios donde la Iglesia puede ejercer con mayor eficacia su apuesta evangelizadora. La libertad religiosa o el laicismo es el mayor aliado, por tanto, que tiene la Santa Sede, pero buena parte de la sociedad, no entendemos que la Iglesia se posicione ante materias como la familia, el aborto, anticonceptivos, etcétera.
La laicidad es un componente esencial de la idea de democracia. Estado laico y Estado confesional son conceptos antitéticos. En efecto, el Estado confesional es aquel que adopta como propia una determinada creencia, concede privilegios a sus fieles y, por tanto, discrimina a quienes profesan otras religiones o a quienes no profesan religión alguna. El privilegio es, por definición, opuesto a la igualdad y, por tanto, discriminatorio. En un Estado confesional, esa discriminación, tal desigualdad de trato, impide que denominemos ciudadanos a quienes componen su población, ya que la condición de ciudadano presupone la igualdad de derechos. En consecuencia, un Estado confesional no puede ser ni liberal ni democrático, porque vulnera los principios de libertad –al no reconocer el pluralismo que deriva de esta libertad– y de igualdad. Por el contrario, el Estado laico es imparcial respecto de las diversas creencias precisamente porque, como tal Estado, no profesa creencia alguna.
Una cosa es la liturgia, los ritos sagrados, las verdades teológicas e incluso la seguridad del Papa y otra muy diferente la escenificación casi supra natural de nuestra relación institucional y personal con la Iglesia y de ésta con nosotros.
La curia católica, ofrece una imagen completamente ajena a la realidad del mundo, ensimismada en sus propios códigos y ceremonias; envejecida y estática, anclada en un protocolo oficial impropio del siglo XXI; se muestra exigente con los demás, asocial y acrítica consigo misma en su importante papel en el mundo; y en consecuencia falsamente humilde. Su compostura jerarquizada y distante provoca en autoridades y fieles reacciones desmesuradamente antinaturales, que oscilan de la reverencia a la sumisión, en un esfuerzo casi pueril de caerles bien, mostrarles su afecto. Precisamente cuando el respeto, la admiración, y hasta el entusiasmo que el mensaje cristiano y la personificación del Papa pueden suscitar, tiene más que ver con la reflexión y la convicción libremente asumida que con el sometimiento a unas normas de comportamiento rígido y desfasado y a unos principios poco igualitarios y humanos. Excesiva pleitesía, en la visita del Papa y humillante papel secundario de la mujer en la Iglesia católica.

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