El presidente de la CEOE, Juan Rosell, quiere que se mantenga
la política de moderación salarial, congelación en la práctica, que los
sindicatos y la patronal han mantenido en el último trienio. Porque es la
"buena dirección" para "recuperar la confianza del país",
según ha dicho el Señor Rosell, en un nuevo alarde y órdago para los
sindicatos, los trabajadores y trabajadoras. Volviendo a hacer leña del árbol
caído y de esta clase trabajadora que tan mal lo está pasando.
Si hay un problema urgente en Europa y, sobre todo, en España,
ese el paro. 26 millones de parados en todo el continente, seis en España dan
fe de esto. Esto da para hablar de cómo resolver el problema y poner encima de
la mesa tal como está la situación, y si hoy en día es más importante la moderación
salarial frente a políticas para el crecimiento. De la moderación ya se llevan varios años probando esta medicina
y nos damos cuenta que más que sacarnos de la crisis y de la precariedad, nos
hunden más y más la miseria más absoluta que nos deja tocados y bien tocadas y
con difícil capacidad de respuesta ante la situación.
Está claro que si miramos cualquiera de los indicadores
económicos de nuestro país, están mucho peor que hace cuatro años, que han ido
creciendo de manera negativa día tras día, y lo que es más importante con
políticas como ésta de moderación salarial y absoluta austeridad, se ha
demostrado de manera fehaciente que no han servido para nada o por lo menos
para da de lo que se esperaba, pues los resultados van por el camino distinto
al que muchos tecnócratas podrían haber imaginado.
Si estas políticas no son eficaces, si nos hunden aún más en la
crisis, ¿por qué se mantienen e incluso se refuerzan? Una de las razones se
encuentra, probablemente, en el dogmatismo del pensamiento económico dominante,
tan influyente en los foros académicos y en las esferas políticas y mercantiles
donde se toman las decisiones. Pensamiento que sitúa las denominadas políticas
de austeridad (de las que forman parte la presión sobre los salarios) como
condición necesaria (casi suficiente) para recuperar la actividad económica.
Pero hay más, mucho más. La "austeridad
presupuestaria" y la "devaluación interna" están favoreciendo
una masiva e histórica redistribución de la renta y la riqueza hacia las élites
económicas, políticas y sociales, como nunca antes habíamos visto en la Unión
Europea. Las leyes laborales y las políticas impuestas desde Bruselas han
otorgado un poder sin límites a la clase empresarial y a los mercados. Se ha
producido un vuelco en los equilibrios y en las relaciones de poder que hace
posible que los beneficios empresariales se nutran del retroceso de los
salarios, así como del alargamiento de la jornada de trabajo, la
intensificación de los ritmos de producción y el desmantelamiento de las
políticas de bienestar social. Esta deriva lastra sin duda las posibilidades de
crecimiento económico y acaso amenace la propia supervivencia del euro, pero
por qué deberían cambiar esta situación los grupos ganadores si han abierto una
vía de acumulación y de apropiación insospechada hasta hace poco y pueden
llevar a una derrota histórica y rotunda de las izquierdas. El desafío de los
poderes fácticos, más fuertes que nunca, es colosal, pero hay alternativas: la
palabra y la acción de la ciudadanía, consciente del momento histórico que nos
ha tocado vivir y sufrir, puede detener este proceso.