Esta
semana hemos podido asistir, algunos boquiabiertos, a la dimisión del Ministro
de Justicia Alberto Ruíz Gallardón, que se produce cuando aún queda más de un
año de legislatura y principalmente por no haber sacado hacia delante la Ley
del aborto, que se ha convertido en su buque insignia desde que llegó al
Gobierno, y que ahora ve como el gobierno lo entierra definitivamente, pues no
está dispuesto asumir el coste electoral
que conllevaría el aprobar una Ley tan retrograda como la que el
Ministro Gallardón tenía encima de la mesa.
El
que fuera uno de los políticos mejor valorados del PP concluye su carrera
política con la negativa del Gobierno a seguir adelante con una regresiva
reforma del aborto que provocó el rechazo de gran parte de la sociedad. De presunto progre pasó
a ser el más conservador entre los conservadores. Cambió a sus amigos del mundo de la cultura,
de izquierda, por los ultracatólicos contrarios al aborto. Ofició algunas de
las primeras bodas entre homosexuales para unirse años después a quienes
defienden la familia tradicional a costa de restringir los derechos de las
demás.
Pero
conviene recordar que el Alberto Ruíz Gallardón, se va y deja el Ministerio de
Justicia empantanado, con Leyes como la de Tasas Judiciales recurrida en el
Tribunal Constitucional, por vulnerar el Derecho a la Tutela Judicial y
efectiva de todos los Españoles, ya que como se ha demostrado esta Ley el único
afán que ha tenido desde su promulgación ha sido el recaudatorio, coartando que
muchos ciudadanos de a pie pudieran tener acceso a la Justicia, por no disponer de dinero para litigar contra
alguien más poderoso que él económicamente. Y no sólo esa sino también su
reforma de la Justicia, desde la imposición de las tasas judiciales que me he
referido, a la polémica reforma de la justicia universal, puso en pie de guerra
a magistrados, fiscales y administración de Justicia, que llegaron a secundar
una huelga.
Alberto
Ruíz Gallardón vino a sugerir que no se siente capaz de traicionar el proyecto
inicialmente emprendido. Mostró en su despedida su faceta más humilde,
sumamente comprensivo y contemporizador. No quiso marcharse de la política sin
pedir perdón a la oposición por si en algún momento había incurrido en algún
hecho que les hubiera podido ofender, cuestiones estas que como político le
honran, ya que el sólo hecho que cuando no pueda llevar a cabo sus
pretensiones, dimitir como lo ha hecho es muy importante, pues no estamos muy
acostumbrados a que un Ministro dimita cuando no le dejan llevar a cabo sus
propuestas. Él ha fallado como ministro, no sacó una ley de reforma del aborto
rápida. Había que haberlo conseguido al principio de la legislatura y no ahora.
Tenía que haber sido una ley corta, pero se empeñó en elaborar un largo texto,
demasiado argumentado y por tanto complejo de digerir. Alberto Ruiz-Gallardón deja también su
escaño en las Cortes y sus cargos en el Partido Popular, donde mantiene la
militancia. El ya exministro, que se implicó de manera muy personal en la
defensa de una reforma legal en la que al final se ha quedado solo
--políticamente hablando--, se ha marchado con elegancia, en una comparecencia
sin críticas hacia su partido y sin querer mirar atrás. Una larga y exitosa
carrera política, que parecía tener puestas sus miras en los objetivos más
ambiciosos, ha quedado, aparentemente, truncada.
Como
dijo en su momento el José Antonio Griñán: "En política no hay amigos, hay
encuestas". Alberto Ruiz Gallardón con un "look" de ser el
primero de la clase ha sufrido el famoso timo de la estampita. Le enseñaron
unos papeles con los que él ha ido a muerte, y los demás entre el digo y el Diego
se han ido perdiendo por el camino, con lo que lo han dejado caer de manera
intencionada, pues ya estaba suponiendo un lastre para el Partido Popular en
las próximas elecciones.