"Actuar es fácil, pensar es difícil; actuar según se piensa es aún más difícil"

EL LAGARTO DE JAEN

La leyenda del lagarto de la Malena, comienza a traspasar las fronteras de la ciudad de Jaén, para hacerse popular en el mundo entero. Historia mitad leyenda o mito, que nos transporta a tiempo inmemoriales, como decía un día mi amigo Rafael Cámara, en una emisora de radio, cuando daba lectura a esta historia o leyenda de tan sentido popular en la ciudad y que el mismo comenzaba diciendo que: hace muchísimos años, tantos que el recuerdo no alcanza a numerarlos, Jaén era ciudad de importancia, grande en comercio y negocios, hermosa en arquitectura y trazado, generosa en gentes y abundante en aguas.
Vivían en estas tierras generosas, gentes del Norte de la península, también había algunos que procedían de más allá de los mares, e incluso se rumoreaba que algunas familias procedían de los confines de la tierra.
El manantial más abundante en aguas era el de La Malena, con un caño grueso como un gran toro, que no cesaba nunca de regalar sus aguas a los habitantes de la ciudad, además de otros muchos, pero de menos importancia.
Podría decirse que era Jaén tierra feliz, si no fuera porque en ese gran manantial, al que nosotros los jaeneros, gustamos más de llamar Raudal, habitaba una bestia inmunda, grande como montaña, fiera como demonio, fea como maldición y hambrienta como rebaño de leones.
Aquella bestia horrible, a la que los habitantes de la gran ciudad llamaban Lagarto, pues no era otra cosa que eso, un lagarto de grandes proporciones, se dedicaba a merendarse todos los atardeceres a alguna de las hermosas pastiras, que con la tranquilidad de su labor, se acercaban a llenar los cántaros de agua al manantial del Lagarto.
Al principio, dicen las gentes que comía un muchacho o muchacha cada mucho tiempo, quizá porque fuera pequeña la bestia.
Conforme crecía el Lagarto, agrandó tanto su estómago que precisó en su merienda una doncella diaria.
La situación era insostenible. Pero llegó un día en que un valiente Preso se ofreció a matar al Lagarto a cambio de su libertad. Solicitó el Preso el pellejo de un cordero recién muerto, para que bien huela a carne de animal aún vivo, pólvora a convenir, un gran saco de panes calientes para hacer un rastro apetitoso a tan sibarita bestia y un caballo veloz.
Un amanecer, mientras el Lagarto dormía, llegó al trote hasta su guarida. Siguiendo el plan previsto, tras despertar a la bestia inmunda, dejó un rastro de pan caliente que el Lagarto siguió hasta la Plaza de San Ildefonso. Una vez llegó allí, vio el Lagarto la piel del cordero, que previamente se había llenado del material explosivo. Encendió el preso la mecha y enseguida, de un solo bocado, tragó el Lagarto el cordero, que en llegándole a su incansable estómago le abrasó las entrañas y explotó, pegando el horrible animal un reventón como jamás se hubiera escuchado antes en la ciudad.
Desde entonces siempre se ha oído la expresión, de que “no revientes como el lagarto de Jaén”, que nos proporciono esta leyenda como otras tantas que nos guarda esta misteriosa ciudad, y que además ahora sido elegida por votación ciudadana como unos de los diez Tesoros del Patrimonio Cultural Inmaterial de España.

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