El domingo pasado fallecía el que fuese primer Presidente del Gobierno de
la Democracia, Adolfo Suarez, tras una larga enfermedad degenerativa, que como
se puede ver no son ajenas a nadie. Adolfo Suárez, está consagrado ya como uno de los grandes
líderes políticos que dio España en el siglo XX, y al que le podemos atribuir
en primera persona miles de logros que aún perduran en nuestros días.
La indudable categoría política de
Adolfo Suárez, el gran guía de la Transición española que no le fue reconocida,
en su momento como se merecía. Afortunadamente, ese juez que es el tiempo pone
a todos en su sitio y a Suárez lo ha colocado en la posición más relevante
posible para un político, en el altar de nuestra democracia. Se va el hombre
pero permanece su ejemplo. Su voz se
apaga, tras más de una década luchando contra la enfermedad que le hizo olvidar
un tiempo del que fue protagonista incuestionable, y que llevó a España hacia
la modernidad. Sin embargo, no le faltaron homenajes. El rey Juan Carlos le
concedió por sus servicios al país el Ducado de Suárez con grandeza de España;
fue premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1996, nombrado doctor
honoris causa por varias universidades y se le concedió también la Orden del
Toisón de Oro, que le entregó el mismo monarca en su domicilio, proporcionando,
precisamente junto a Juan Carlos, la última imagen que se tiene de Suárez, el
último icono de un político que hizo historia.
Han sido muchos los reconocimientos que se le han hecho en estos días a
la figura de Suarez, pero valorar a Suárez es valorar su estilo y su espíritu reformista
ya que su estilo era de concordia y entendimiento. Su ánimo reformista se ancla
en el desarrollo democrático y en la descentralización de España.
Descentralización que emergió en nuestro país como la época más floreciente que
ha tenido España en toda su historia y que nos permite conocerla como hoy la
pueden conocer muchos de los jóvenes que tan sólo han conocido a Adolfo Suarez
por los medios de comunicación.
Suárez fue, junto con Juan Carlos I,
Santiago Carrillo, Felipe González, con los Pactos de la Moncloa y la Constitución
de 1978, piezas claves para poder establecer la época que hoy vivimos los españoles.
Adolfo Suárez fue un hombre puente. Fue uno de esos personajes indispensables
en las transiciones, porque son capaces de conectar pasado y futuro,
autoritarismo y democracia. Los grandes protagonistas de la democracia son
aquellos que la entienden. Que saben percibir la dificultad del momento que
viven y que saben con pragmatismo perdonar los rencores del pasado y darle la
vuelta a la página. No es un papel sencillo. Suárez es un hombre de derecha, que
supo construir el puente correcto para que la izquierda, llegara al poder, pero
sobre todo, para que llegara a la institucionalidad y a la democracia en el
sistema político español. Esta es quizá su mayor aportación.
Suárez tiene varios momentos estelares
en la transición española. Pero uno de los más relevantes es el del negociador
que construye un proceso de diálogo con todas las oposiciones, que da como
resultado una nueva Constitución de 1978. Pero sobre todo me parece relevante
su diálogo e intercambio con Santiago Carrillo. Ese era el gran reto de la
transición española. Ese parece que es el hecho que marca todo el proceso. Que
permite la reconciliación de una nación y de varias generaciones. Este hombre,
que ya es uno de los grandes de España, no fue muy bien tratado por los mismos
suyos en su época, pero si supo dejar una huella que nunca se borrará en
España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario