Esta última
semana, los políticos andan enfrascados en una nueva reforma de la Ley de
educación. Reforma que no atino ya a saber cual es o que número hace desde que
se instauró la democracia en España. Reforma que se empecina el Gobierno en
sacar a su capricho con el sólo apoyo de su mayoría absoluta, imponiendo su
voluntad y sin consenso alguno por su parte. Reforma con la que el Ministro de
Educación se echa a las manos de la Iglesia Católica recogiendo en él sus
viejas y rancias reivindicaciones con
respecto a la asignatura de religión. Reforma que castiga la enseñanza pública
frente a la escuela concertada o privada.
El sistema
educativo debería garantizar el principio de igualdad de oportunidades entre
todos los ciudadanos y ciudadanas. Ello implica, no solamente que todo
ciudadano o ciudadana debe alcanzar una instrucción y una educación básica y
suficiente para defenderse en la vida y ejercer como ciudadano libre y con
criterio, sino también que la promoción de las élites sociales se debe realizar
con independencia del origen cultural y la condición social de cada cual. Debe
ser un elemento importante para propiciar la cohesión social, cohesión que
supone la coordinación de intereses y el compartir objetivos fundamentales
entre los diversos grupos sociales. En relación con la profundización de la
idea de solidaridad, debe tratar de manera desigual al que es desigual, o dicho
de otra forma, el sistema deberá compensar con todo tipo de medida y recursos
las desigualdades culturales, sociales o personales, para que todos tengan la
posibilidad de progresar en su educación y en su instrucción. El sistema ha de
ser, por si mismo, una pieza clave de progreso social; debe preparar a los
estudiantes para poder realizar una transición positiva y con posibilidades al
mundo del trabajo y la producción.
Cinco leyes
educativas en 50 años. Si es verdad que necesitamos una reforma del sistema
educativo, esta ha de hacerse con todas las garantías de que sea sostenible en
el tiempo. Y para ello ha de abrirse un proceso de diálogo sosegado y profundo
con la comunidad educativa, profesorado, estudiantes, familias, etc. y con
todas las fuerzas políticas, también con las administraciones autonómicas. Y
ese proceso, sencillamente, no se está produciendo. Ni un buzón de correo
electrónico puede suplantar un diálogo abierto y transparente, ni una
unilateral nota de prensa escamotear la proyección pública de lo que debieran
ser los foros compartidos de análisis y debate.
No puede ser que
a cada partido que llegue al Gobierno, quiera imponer su propia Ley Educativa,
haciendo borrón y cuenta nueva con todo lo anterior y cambiando de pies a
cabeza todo el sistema, importándoles un bledo los usuarios del mismo. No puede
ser que con cada reforma el partido que sustenta el Gobierno quiera poner su
sello de ideología y adoctrinamiento a una sociedad. No puede ser que en pleno
siglo XXI se potencie mucho más una enseñanza de corte religioso que la escuela
laica que nos impone nuestra Constitución.
La educación es
algo muy serio, es algo que marca el futuro de muchos aspectos de nuestra
sociedad y no se puede jugar con ella de la manera que los políticos de turno
lo hacen, pero claro está para de verdad llegar a un sistema educativo eficaz
hay que dejarse muchos pelos en la gatera y se tiene que propiciar un gran
pacto político que nos lleve a una Ley de Educación que nazca desde el consenso de todos y que perdure en el tiempo
por encima de las alternancias de gobiernos.
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