En estos días se han cumplido diez años desde que se promulgó
la Ley por medio de la cual España se convirtió en el tercer país de Europa y
el cuarto del mundo (Canadá aprobó una reforma similar horas antes que el
Congreso español) en establecer esta equiparación de las uniones entre personas
del mismo sexo abriéndoles además la posibilidad de adoptar, algo no
contemplado hasta entonces en ninguna otra legislación.
Cuando se anunció esta reforma, todo parecía que iba a confluir
en un cataclismo que terminaría con la familia tradicional como muchos la
conocíamos hasta entonces, o por menos con la familia que en la legislación
española existía hasta entonces, la unión de un hombre con una mujer. Pero bien
digo esa era la familia que existía en la legislación española, porque la
realidad en la calle era otra bien distinta. Era otra en la que ya había muchas
parejas homosexuales que vivían y compartían una vida con la mayor felicidad
del mundo, en la que llevaban años y años bajo un mismo techo y sin el más
mínimo de los derechos que cualquier pareja pudiera tener.
Ahora que ya tiene un cierto rodaje la aprobación del
matrimonio homosexual en nuestro país, todos nos damos cuenta que aquí nada se
ha roto, pues aquí lo único que hemos hecho es pasar de una situación de hecho
a una de derecho, que ciertamente era bastante necesaria, y por lo tanto el
poder legislativo, lo que en aquel momento hizo fue el positivizar esta norma,
para que estas parejas que estaban en un limbo legal afloraran con los derechos
y obligaciones que cualquier familia heterosexual podría tener.
Aquí lo que sí ha quedado bien claro, no es ni más ni menos que
nos encontrábamos ante un norma dispositiva, en la que deja a la voluntad de
los sujetos el acogerse a ella o no acogerse, de tal manera que por ser una
norma dispositiva, a ella sólo se acogen los que realmente quieren estar en esa
situación mientras que el resto de ciudadanos estarán acogidos a la legislación
que esté de acuerdo con la vida de pareja que cada uno desee tener, sin que
nadie tenga que objetar nada hacia unos o hacia otros, ya que es tan legitimo
una cosa como la otra.
Esta pluralidad de parejas convive en este país sin agravios ni
problema alguno, con la mayor naturalidad del mundo y casi todo el mundo ya
tenemos algún conocido o allegado que convive con su pareja del mismo sexo y
que al fin a la postre se les ve felices como cualquier otra familia de otra
naturaleza. Pues a lo largo de los años, esto de las familias ha cambiado tanto
que ahora nos encontramos con familias homosexuales, heterosexuales y
monoparentales, de tal manera que todas conviven en una sociedad sin ningún
tipo de problema. En una sociedad en la que ninguna familia tiene que mirar de
reojo a ninguna otra, sino más bien poco a poco las van aceptando con la mayor
naturalidad del mundo, y sobro todo dejando atrás muchos de esos mitos que
hemos escuchado a lo largo de estos diez años y que han tratado sin conseguirlo
nada más que enturbiar la convivencia y la aceptación que de manera ejemplar y
civilizada la sociedad española ha aceptado al matrimonio homosexual.
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