Hace
ni siquiera un par de días se celebraba el día mundial de la Mujer Rural, que desde
2008, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contempla cada 15 de octubre
para reflexionar sobre la importancia de las Mujeres Rurales en el desarrollo
humano. La Asamblea General de ONU, aprobó la jornada en reconocimiento a “la
función y contribución decisivas de la Mujer Rural, incluida la Mujer Indígena,
en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad
alimentaria y la erradicación de la pobreza rural”.
Pero
han tenido que pasar más de seis décadas desde que se creó la Organización de
Naciones Unidas, para que un reconocimiento como tal lo haga esta, hacia las
Mujeres del medio rural, mientras tanto ha permanecido años y años en el
anonimato como las gran valedoras del las zonas rurales del mundo entero, con
una labor silenciosa, de garra y tesón que ha permitido marcar un camino y un
referente para su familia entera, de manera que siempre han sido esa luz que la
familia ha seguido para conseguir todos sus logros.
Desde
el principio de nuestros días, la Mujer Rural ha desempeñado todas las profesiones
que uno se puede imaginar, y que la han avezado en miles de carreras que aún
sin título están han desempeñado como si la del mejor expediente académico se
tratase. Dejando el listón bien arriba, en cada una de las situaciones que le
has tocado desenvolverse, llegando a poner contra las cuerdas a cualquiera que
delante de ellas se haya querido plantar con el ánimo de querer liarlas y
dejarlas en ridículo.
Por eso cuando me hablan de la Mujer Rural, se me
viene a la cabeza mi madre o mis abuelas, que eran excelentes cocineras,
limpiadoras, agricultoras, ganaderas, jornaleras, ingenieras, mecánicas,
electricistas, carpinteras, puericultoras, contables, economistas, maestras
escuela, médicas o enfermeras, y muchas más que no tendríamos papel suficiente
para enumerarlos y que de manera reiterativa acumulaban esa gran sabiduría en
todos los campos en una sola persona, de tal forma que sin apenas saber ni leer
ni escribir en muchos de los casos, poseían conocimientos de cualquiera de las
titulaciones, en ocasiones en mayor medida que los que tienen ese título colgado
de la pared.
Para cualquiera de las mujeres que habitan en
nuestras zonas rurales, cualquier adversidad que se le pudiera presentar, fuese
en el campo que fuese, la solventaban con la mayor naturalidad del mundo sin
mayor agobio o molestia, transmitiendo a la familia entera esa mesura, paz y
tranquilidad que muchas veces se necesita para afrontar los problemas del día a
día. Todo ello con la más gracia, que no es otra que al estar en un perpetuo
anonimato, han llegado a su edad de jubilación sin tener cotización en la
Seguridad Social alguna, de tal manera que en rara ocasión han podido optar a
una pensión y así lograr la independencia económica de su marido.
Pero estas grandes catedráticas que apenas pisaron
una escuela, y no digamos ya una universidad, celebran cada 15 de octubre su
día, en ese reconocimiento tan especial que le hace la ONU a las Mujeres
Rurales e Indígenas, y que debe servir para poner en valor su labor para que al
final puedan tener no sólo el 15 de octubre, sino todos los días del año el
reconocimiento de toda la sociedad por la contribución que a ella hacen.
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