Esta semana se
han cumplido los 38 años de la aprobación de la Constitución Española de 1978.
Ya son casi cuatro décadas las que nos acompaña esta Carta Magna, muchos años
si los comparamos con la agitada historia constitucional española. Muy pocos si
lo hacemos con la longeva Constitución americana. La Constitución española actual
se caracteriza, sobre todo, porque fue creada con la voluntad de perdurar, de
ahí su extensión y poca concreción en determinados artículos. Asimismo, fue
debatida en un momento en el que se llevaba a cabo el proceso de transición
política, de la dictadura a la democracia, hecho que condicionó especialmente
su contenido. Pero lo que sí está claro que ya nada es como era, que ahora todo
es diferente y por lo tanto si las cosas han cambiado, la constitución también
tiene que hacerlo, porque de lo contrario entraremos cada vez más en un mayor
deterioro del sistema que nos puedo conducir a un fracaso total y absoluto del
mismo.
El 6 de
diciembre de 1978, el pueblo español se acercó a las urnas para dar su refrendo
al proyecto de Constitución aprobado por las Cortes Generales elegidas
democráticamente en junio de 1977. En el artículo 1 del nuevo ordenamiento
constitucional se señala que: "España se constituye en un Estado social y
democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento
jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político".
Valores que son irrenunciables para cualquier ciudadano español, y que debemos
respetar y hacer respetar a todo el mundo.
De la
Constitución del 78 no se puede negar que empieza a perder fuerza, que necesita
adecuarse a los nuevos tiempos, que se ha de dinamizar para enfrentarse a los
nuevos retos, que las generaciones venideras requieren otra dinámica y demandan
su adaptación más en consonancia con el entorno. Se ha de rebelar contra las
viejas ideas y subir a la barca del progreso social, la igualdad y la justicia distributiva,
pues solo vive lo que evoluciona, lo que crece y se adapta, lo que encaja en el
contexto y cohabita con y en él. Lo que no camina, lo que se queda atrapado en
el pasado, empieza morir o a envejecer hasta quedar obsoleto y,
consecuentemente, sucumbir por innecesario y carente de sentido.
Es buen
momento, hoy, ahora, de abrir un proceso de debate para el cambio, para
modificar la Constitución y adaptarla a los nuevos tiempos a ver si al llegar
los 40, cuando esté a punto de perder la garantía, la podemos tener sana y
acoplada a la coyuntura. Ese debate es complicado, porque sus hijos, los que
han de modificarla, siguen siendo herederos de viejos planteamientos y no
tienen las mismas sensibilidades. Los mayores, los que tienen más ganancia
dentro de la economía de la casa, se resistirán ante la demanda de los otros,
los que siendo más pequeños reivindican un trato de igualdad y quieren cambiar
las reglas para adaptarlas a una mayor justicia distributiva. Más ahora que la voluntad
mayoritaria de los españoles pasa por seguir profundizando en el estado social
y de derecho, por lo que creo que es necesario adaptar nuestro texto
constitucional a las necesidades del momento, habida cuenta de que en estos 38
años nuestra sociedad ha registrado importantes transformaciones sociales,
políticas y económicas que avalan la oportunidad de su actualización.
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