Hace unos días el Gobierno hizo públicos los datos del paro del
mes de julio, en los que se constaba un leve descenso de la tasa de
desempleados situándose el número de parados en algo más de cuatro millones,
cifra que dista mucho del ideal que a cualquiera nos gustaría y muchos más del
deseado. Cuatro millones de parados no son para que nadie pueda estar contento,
aún cuando la primera euforia de una bajada nos hace pensar que quizás esto ya
esté todo arreglado. Nada más lejos de eso, esto no sólo no está arreglado sino
que el posible arreglo o solución es bastante complejo o complicado.
Pero sorprende y mucho que las cuentas de la Seguridad Social
no cuadran con la euforia del Gobierno. En el primer semestre presentan un
saldo positivo de 2.738 millones, muy inferir a los 4.734 millones del año
anterior. Por otro lado los ingresos del semestre suman 49.983 millones, lo que
representa un ínfimo aumento de 0,7% cuando en junio hay 571.400 contratos más
que hacía un año, lo que supone un crecimiento del 3,4% pero los ingresos
aumentan solo un 0,7%. Claro, son contratos basura que están hundiendo a la Seguridad
Social. Lo mismo pasa con la productividad. La OCDE publica su marcha en el
periodo 2012- 2015 y España figura el colista. Peor que Portugal. La causa es
el empleo basura del Gobierno del Partido Popular que añade contratos de ínfima
calidad que no incrementan el PIB con la paradoja de que cuantos más contratos
basura acumulemos menor será la productividad. Y sin mejora de la productividad
no mejora la competitividad y sin ésta no exportamos productos diferenciados
con alto valor añadido.
De estas cifras del paro lo único que si nos va quedando claro
es que en lugar de crear empleo, lo que se está haciendo es repartir el que
tenemos entre más población activa, por eso los datos de descenso de las
cotizaciones de la Seguridad Social, por eso cada día vemos como se acuñan
nuevos términos en el mercado laboral, ya que ahora los trabajadores pobres son
una realidad en España. Puesto que en España se está creando un montón de
puestos de trabajo, pero sólo una pequeña fracción de ellos son para puestos
estables. En junio, por ejemplo, casi uno de cada cuatro nuevos contratos duró
una semana o menos. En 2007, el año antes del estallido de la burbuja
inmobiliaria, era uno de cada seis. En el mismo período de tiempo, la duración
media de los contratos cayó de 78 a 52 días.
Las cuentas son bien sencillas, es que si multiplicamos el
número de horas trabajadas por cada trabajador, nos vamos dando cuenta que Al final resultan muchas menos horas
trabajadas que cuando teníamos el mismo número de trabajadores que tenemos
ahora mismo, por lo que los visos de recuperación económica, son nulos o
prácticamente escasos, puesto que la precariedad que se ha instalado en empleo,
pasa de ser una cosa coyuntural a algo estructural, de manera que lejos de
crear empleo de calidad, lo que se continua es destruyendo éste para que dé
paso el empleo precario como el que se está generando. Por eso las cuentas nos
salen en ningún momento, porque nos tiene que quedar bien claro que un
trabajador a media jornada, de manera simultánea se convierte en un parado a
media jornada, con las consecuencias que esto trae.
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