El
aceite de oliva es uno de los productos más representativos de la exportación
agroalimentaria española. España aún
exporta un gran porcentaje de su aceite a granel. No obstante, las
exportaciones de envasado han incrementado su relevancia de forma espectacular,
habiéndose duplicado en los últimos 5 años y continuando su tendencia al alza.
El
sector oleícola adolece de una disminución de la rentabilidad debido al bajo
nivel de precios, consecuencia de un exceso de oferta y de un fuerte
desequilibrio de la relación de fuerzas en el sector. Los precios del aceite de
oliva se encuentran desde hace tiempo a niveles muy bajos: en España, los
precios de las categorías virgen extra y virgen se sitúan por debajo de los
niveles de activación del almacenamiento privado desde comienzos de 2012.
Con
los siglos, el mercado del aceite de oliva ha conocido un escaso nivel de
internacionalización, manteniendo alejados a los consumidores de las grandes
fluctuaciones que han caracterizado en la economía contemporánea más reciente
al resto de aceites comestibles. El porcentaje de aceite de oliva consumido
respecto al del total de grasas vegetales es aún muy pequeño. Apenas supera los
dos de cada cien kilos de grasas que se consumen en el mundo y esa relación se
eleva a cuatro si consideramos los cuatro aceites de mayor consumo.
El
mercado lleva algún tiempo que anda un poco loco y disparatado, en el que se
hacen cosas que no tienen nada que ver con la lógica comercial y de marketing
que marcan las reglas comerciales de cualquier producto o sector. Reglas que
penden de la más básica como es la de la oferta y la demanda, pues siempre se ha
dicho que una mayor oferta, un menor precio, y al contrario, con lo que en el
mercado de los aceites de oliva, se hacen cosas que son de lo más irracional
que uno se podría imaginar.
Es
entendible que tras una gran cosecha como la que ha habido en la campaña
pasada, los precios bajen de manera importante, pero es inentendible que con
las previsiones que hay para el año de próximo de que se tenga una cosecha
media más bien baja, este producto no se suba el precio de a unos niveles más
óptimos, de tal manera que nos permita a los productores vender el producto por
encima de los umbrales de rentabilidad, haciendo que el sector prospere y se
permita tener una gran influencia en la economía, como siempre lo ha tenido.
Pero
la locura de este mercado lleva a que los niveles de precios que se marcan en
las últimas semanas o meses, no lleguen ni por asomo a lo que todos estaríamos
deseando, para que este cultivo siguiera siendo rentable. Locura, que lo único que
hace es hundir y hundir cada vez más al sector en un umbral de precios que pone
en peligro miles de explotaciones olivareras de la provincia, sobre todo de las
zonas de menor producción y en la que la crisis está haciendo su estragos más
desorbitantes con pérdidas
multimillonarias. Perdidas que son bien fácil de calcular, y es que si fijamos
un precio umbral de 2’40 euros y en la actualidad anda por el 1’80, más bien
escaso, nos daríamos cuenta que estamos perdiendo sobre unos sesenta céntimos,
de tal manera que eso multiplicado con la gran cantidad de toneladas
producidas, nos arrojaría una cifra que a muchos nos haría llevarnos las manos
a la cabeza pues no lograríamos entender como si estamos batiendo records de
consumo y de exportaciones, si estamos ante lo que puedo ser otra campaña muy
flojita, como puede ser la próxima, no resulta de lógica alguna que el aceite
de oliva tenga los precios que tiene y se esté vendiendo en España a menos de
la mitad de lo que se puede vendar en Italia o en otros países, por lo que o
bien el mercado está loco muy loco, o alguien está haciendo las cosas mal, muy
mal o demasiado bien que nos tiene continuamente el pie puesto en el cuello.
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