Cuando en
diciembre de 1978 los españoles ratificaron la Constitución, dieron el visto
bueno a un texto legal, pero, sobre todo, certificaron la llegada de un viejo
anhelo. El de una democracia plena, estable, en cuya ley fundamental todos los
partidos y territorios hubieran participado, y en la que todos los españoles se
sintieran reconocidos. El resultado del referéndum así lo demostraba. Por fin
íbamos a poder aspirar a ser como los países más admirados de nuestro entorno,
aquellos que nos habían servido de espejo en el que mirarnos durante los
oscuros años del franquismo.
La
Constitución Española de 1978 acaba de cumplir su cuarenta aniversario. Cuarenta
años de aplicación de la Constitución que dan para un gran análisis, donde el
debate sobre su vigencia está abierto, pudiendo pensar sí ¿Es necesaria una
reforma para adaptarse a una realidad diferente a la de 1978, y, sobre todo,
para darle un horizonte de futuro amplio? Reformas que desde un tiempo a esta
parte planean entre toda la ciudadanía, como un mantra que se extiende y que va
calando en toda la sociedad, señalando cada vez más necesaria esa reforma
constitucional.
Existe la
idea de que la Constitución española no
se encuentra entre las originales y que el régimen político que instauró se
prestó poco a innovaciones, cuestión ésta, no sólo explicable por nuestra
pertenencia a la cultura social, política y jurídica eurocontinental, sino que
también por ser muy saludable. Además, nada de extraño tiene que nuestros
constituyentes hayan tenido muy a la vista los modelos existentes de justicia
constitucional y las tablas de derechos y libertades contenidas en las
constituciones de su entorno y en declaraciones y convenios internacionales en
los que España aspiraba a integrarse. Innovar en estos terrenos no habría sido
difícil, pero sí muy peligroso.
La Constitución española de 1978 es un buen ejemplo del llamado
constitucionalismo cultural moderno, caracterizado por la importancia que se
otorga en los textos constitucionales a los asuntos culturales, por incluir a
la cultura dentro de los derechos fundamentales y por el reconocimiento del
pluralismo y la diversidad cultural. Los logros, en estos cuarenta años, han
sido muchos. Pero las tareas pendientes son también grandes. La Constitución de 1978 sentó
las bases de un nuevo orden político y social: las libertades, la igualdad
jurídica y la democracia.
La
Constitución Española de 1978 cumple 40 años y se convierte en la Carta Magna
más importante y longeva de la Historia de España. Nacida al final de la
dictadura franquista y tras un pacto de Estado de las principales fuerzas
políticas del país, incluidos los franquistas de la época, los comunistas del
exilio y demócratas y los nacionalistas vascos y catalanes. En su firme caminar
la Constitución de 1978 permitió la recuperación de las libertades y la
Democracia en España, amplió y nos garantizó el Estado del Bienestar y la
convivencia pacífica entre los españoles. Convivencia que vemos como empieza
desmoronarse.
Cuarenta
años después y en el momento actual la Constitución de 1978 está sólidamente
instalada en España pero se enfrenta a una necesaria reforma para actualizar el
texto de la Carta Magna a los tiempos en los que vivimos y mejorar en las
instituciones, la política, la economía, la vida social y los derechos civiles
cuestiones que están vivas y que hoy se insertan en las necesidades y demandas
de los españoles.
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