La semana
pasada se celebró por todo lo alto la fiesta del orgullo gay en Madrid, donde
el colectivo de colectivo de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, se
dieron cita durante diez días en la Capital de España para reivindicar sus
derechos como personas, que si bien tienen una condición sexual a los demás, en
muchos casos se ven con estos derechos que cualquiera tiene, totalmente
pisoteados, incluso en bastante países del mundo el ser de colectivo LGTB, le
puedo acarrear a muchos incluso una pena de muerte.
Vaya por
delante que no pertenezco a ninguno de esos colectivos, que mi condición sexual
es plenamente heterosexual, pero también vaya por delante mi respeto a cualquier
persona de estos colectivos, que para mí por encima de su condición sexual está
la condición de cualquier persona como persona, que tendrá su valor
independientemente a su orientación sexual. Valor que puede tener cualquiera
como persona, que tenemos unos derechos que adquirimos con el simple hecho de
nacer o incluso desde la concepción, por lo que a nadie se les puede negar
estos derechos.
Madrid
fue la capital de la diversidad sexual, de la libertad y de la tolerancia; de
una sociedad sacudida por su pasado y desacomplejada ante el futuro. Madrid,
fue el centro de un mundo que cambia poco a poco pero al que aún le quedan
demasiados países siniestros a los que dar luz y justicia. A pesar de los
intereses en reducir el Orgullo a imágenes sin contextualizar, a presentarlo
como una suerte de folclore exótico en vía pública para convertirlo en lo que
los homófobos creen que es, lo cierto es que el desfile representaba en todas
sus versiones la reivindicación de todas y todos. Se ocuparon masivamente, las
calles que una década antes estaban llenas de gente temerosa de que se acabase
la “familia tradicional”, y en el Orgullo se demostró que lo tradicional es el
amor y la tolerancia, venga de donde venga y vaya hacia donde vaya. Por los que
no pudieron verlo, por los que lo vieron y lo pelearon, y por los que aún viven
sin poder decirlo.
Creo que todos
los días deben ser el día del orgullo gay, porque no se puede ser una día muy
celoso con el respeto de los derechos de este colectivo, y al día siguiente,
pasar de ellos y pisotear si es necesario sus derechos, de tal manera que tenga
que seguir viéndose reprimidos y escondidos, donde para ellos sea un suplicio
en demostrar su propia identidad sexual.
En los últimos
años España ha sido ejemplo a nivel internacional por la valentía con la que
nuestra sociedad ha incorporado a nuestra legislación el matrimonio entre
personas del mismo sexo, con naturalidad y con todas las garantías jurídicas
que corresponden. Es justo reconocer el camino emprendido por el expresidente
José Luis Rodríguez Zapatero, que inició los trámites legislativos necesarios
para hacer realidad una reivindicación justa. Pese a las resistencias de
diferentes colectivos y partidos políticos a este avance lo cierto es que el
matrimonio entre personas del mismo sexo es una cuestión aceptada hoy en día en
nuestro país y copiada por numerosas democracias occidentales que han seguido
los mismos pasos que el Gobierno español. En esto debemos sentirnos como nación
orgullosos de habernos convertido en punta de lanza de una demanda necesaria,
dentro de una sociedad tolerante, moderna y que defiende la libertad.
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